martes, 2 de febrero de 2010

Transtornos Alimentarios


Bueno... ya he hecho mi texto. Espero que os guste por que a mi me gustó mucho escribirlo.
Aquí está:


La Nieve de Finlandia

No me gusta ir de paseo porque siempre que salgo me castigan por ser gordo. Si voy al supermercado: gordo; si voy a comprar ropa: gordo; si voy a comer fuera: más gordo. Me miran con unos ojos que casi me comen – no sé si es por ser gordo o por otra razón cualquiera, pero me miran así.
Hace algunos días fui al médico y la enfermera me confió que mis arterias estaban casi llenas de gordura y que cuando estuviesen obstruidas, la sangre no correría más. La sangre es vital; la sangre es la vida: tiene que correr. Sangre que no corre es vida que no se vive - es decir que la muerte me esperaba.
No puedo morirme. No puedo parar de venir a estas consultas porque si es así, dejaré de verla – a la enfermera. Pero esto estaba fuera de cuestión. Me recuso a morir. Se llama Ágata, la enfermera – no es un nombre muy bonito, pero es el suyo. Como todas sus cosas que no son perfectas se vuelven perfectas solo porque son suyas.
Todos los días la vía. Todos los días mi médico me decía que estaba mejorando, pero dentro de mí yo sabía que no.
No me importaba de no creer en el médico. Lo único que quería era saber de su sonrisa y de su olor – el de Ágata, claro.
Un día tuve un infarto: cerré los ojos y me dormí, libre. Cuando loa abrí vi que estaba acostado en cima de dos colchones en una cama de hospital. Mi médico, sorprendido, me dijo que si continuara así no me quedaba mucho más tiempo de vida. Por eso había que aprovecharlo bien. Le pregunté cuanto tiempo me quedaba al que me contestó que un mes o dos. No más que eso. Llamé a Ágata.
- Escúchame bien – le dije –: te quiero y no tengo mucho más tiempo para decírtelo. Así ya puedo morir feliz. No quiero que digas que me amas también. Ya no espero nada. Ahora, por favor, haz mis maletas que tengo que irme. Este hombre obeso tiene que ir de viaje.
Viajé… hasta Finlandia, por que nunca había visto la nieve.
La nieve en Finlandia es una cosa espléndida: primero son nubes que se encuentran para una simple conversa de amigas que luego se enfadan y aburren. Por fin se tiran espejos de hielo unas a las otras y cuándo llegan al suelo se transforman en lo que se ve: nieve.
Hice el check-in en un hotel en Laponia donde nieva siempre. Así que me dieron las llaves me fui a la habitación. Abrí las ventanas – la vista era espectacular – y me acosté. Pienso que cerré los ojos. No sé. No me acuerdo. Permanecí así mucho tiempo: acostado en mí cama. El teléfono sonaba y yo no quería atenderlo, pero el ruido me incomodaba y al final lo atendí. Era Ágata. Me dijo que se habían equivocado y no iría a morirme tan pronto.
Me quedé muy feliz porque a pesar de no querer ser gordo sabía que no iba a morir. Morir es la última cosa que quiero. La sangre que no corre en mis venas aún está caliente por eso quiero seguir viviendo.
Volví de mi viaje para donde los niños me castigan – “gordo” -; para donde veo a Ágata todos los días; para donde no nieva; nada. Y mi obesidad – aquella que me incita a estar siempre comiendo no va a cesar de existir. Sin embargo, yo tengo que aprender a aceptar los castigos – “gordo”. La vida es la cosa más esplendida hay como la nieve en Finlandia.
Las personas no piensan que por de dentro de esta fortaleza de obesidad está un corazón que bate y bate – tanto cuanto puede – hasta no poder más. Las personas se olvidan que también soy una persona con sus preconceptos, solo que más gordo que lo habitual.

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